Por Diana Maldonado Lasso.
El sábado 20 de junio 2021, 16h37. En la ciudad de Guayaquil-Ecuador, un joven artista universitario llora de la emoción al abrazar a su madre y hermana después de 51 días sin verlas, debido a que estuvo preso por tener cannabis para su consumo en su bolsillo.
El día 29 de abril de 2021, después de participar en el rodaje de un video, Vek (nombre artístico) junto a sus amigos, son abordados por un par de policías. Éstos, después de revisarlos, encuentran cannabis. A partir de ese momento la vida de Vek toma un giro
inesperado. Su vida como cantante, DJ, estudiante, hijo, hermano, amigo se afectó por
completo. Pasó de estar en su casa, a vivir en una celda. De estudiar, a pasar noches en vela temiendo por su vida. De conversar con sus amigos, a cuidarse de los tiroteos de los motines que surgieron mientras estuvo privado de su libertad. Perdió clases en la universidad, además.
Su madre y su hermana detuvieron sus vidas para volcarse a buscar ayuda y medios para que Vek pudiera regresar a casa lo más pronto posible. Los días pasaban y Vek seguía preso. Estaba incomunicado, pasó más de tres semanas con la misma ropa con la que lo detuvieron. Cuando podía, a escondidas y temeroso, enviaba un mensaje al celular de su mamá para que supiera que estaba bien y pudiera estar un poco tranquila. Ellas se dividían o se turnaban para realizar diversas actividades comerciales con el fin de reunir dinero y pagar honorarios de abogados, alimentación de Vek, gastos en trámites y en viajes por la ciudad reuniendo papeles y pruebas que ayudarán a liberarlo.
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Desde fuera activistas y personas a favor de la causa cannábica sumábamos esfuerzos,
gestiones, plantones, posteos en redes sociales dando a conocer lo que estaba pasando con Vek. Vimos con mucha desesperación y rabia cómo se suspendieron dos audiencias por fallas de servidores del Estado. Tal parecía que poco o nadimportaba Vek, su vida y la de su familia. Quizá para ellos él era sólo un joven más “perdido en el mundo de las drogas, sin oficio, ni beneficio” que debía ser castigado por su gran falta de sentido común y de respeto a una sociedad pacífica donde nadie consume drogas, de ningún tipo. Ninguna. Ni azúcar o café o alcohol o cigarrillos. Nada.
En esta sociedad pacata, hipócrita, que arremete con todo contra el débil, pero se es débil con los verdaderos enemigos como los “delincuentes de cuello blanco”, las redes de extorsión en las cárceles, los cárteles de la droga, por citar algunos ejemplos. Hemos normalizado lo ilegal, lo inadecuado, la coima, el abuso de poder, el autoritarismo. Llevamos la falta de empatía, los estereotipos, los estigmas, los mitos…interiorizados. Y sin darnos cuenta, con un sentido de superioridad moral, juzgamos a los demás, no sólo por cómo se ven sino hasta por lo que usan, consumen o fuman.
Ahora Vek está en su casa, descansando de todo lo que le tocó vivir, tratando de recuperarse, de volver a su vida, a sus estudios, a su trabajo. Pero…¿Quién le devuelve esos 51 días en el centro de privación de libertad? ¿Quién le soluciona el daño psicológico y físico causado por el abuso del que es sobreviviente? ¿Dónde está la reparación del Estado? Tomando en cuenta que todo lo sucedido se debió a la falta de observación de la Ley y la Constitución. Vek no las infringió pero fue tratado como si lo hubiese hecho.
Al final tocará seguir, hacer como que no pasó mucho, continuar viviendo porque de un Estado inoperante, negligente, indolente y que no acata ni sus propias normas legales, es lo que nos toca hacer para no morir por vejez y cansancio buscando justicia.
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